LA GRAN DAMA DE LA LITERATURA FRANCESA ACUDE A CORPORACIÓN DERMOESTÉTICA

MARGUERITE DURAS. (En francés, el tono rotundo, grave, severo, es decir, a la francesa) No es que yo esté descontenta conmigo misma, no, con los años he cambiado, los años influyen en todo, en la vida diaria, una ya no abre la puerta principal de casa tan tranquila, una duda incluso de subirse con un vecino en el ascensor aunque lo conozca de toda la vida o de encargar que le lleven a casa la compra, los del súper. Yo lo que deseo es estilizar mi mirada, eso es todo. Ve, así, bien estirado, todo en su sitio. No es que quiera vivir una segunda juventud, ambos sabemos que ya no estamos para eso, ni encontrar un latino que me lleve de aquí para allá, me saque de paseo como he visto que hacen muchos inmigrantes. Yo no cabo el pañal. ¿Para qué? ¿para que se lleve mis cuartos? ¿para que se burlen de mí? Y que se vayan a su país. Ya expuse demasiado mi vida a la luz pública, en mis libros, quiero decir. No he hecho otra cosa. No, las revistas del corazón, no. Me han ofrecido mucho dinero pero no. Yo me niego. No, ya no estoy para esos trotes. Lo he visto en el Hola y en la Lecturas y ahí no me verán porque yo soy muy digna, podrá usted comprobar. Mire doctor, yo lo que quiero yo lo que quiero es quitarme unas arruguitas de aquí arriba. Para los demás, la Duras siempre ha sido, una siempre ha sido una arruga sexy, un lunar en el lugar adecuado, sobre el labio o en la frente, una mano repleta de sortijas y perlas y nacar, una mano que expresa severidad, una voz temblorosa, una mujer sin cuello, también, todo hay que decirlo, lo malo igual. Quiero decir que no es la vejez lo que me espanta. Yo nací ya vieja y rechoncha. Y me aguanté. Me aguanté porque para los demás, para todos y de forma unánime, esa era Duras y yo me dije: pos vale, así soy, esa eres tú, sí, sí, soy yo, tendrán razón. Todo eso que dije sobre el rostro, sobre mi rostro definitivo, pura mentira, basura. Y lo del sexo también. Muy casta hasta el matrimonio con Robert Antelme. Pero ya sabe que lo de la niña-puta vende y yo siempre obdezco al mercado que es quien manda y mantiene mi residencia regia en Neauphle-le-Château y alimenta a mis gatos. Me lo dijo mi editor: usted lo que debe escribir es una historia de amour fou entre un rico chino y una adolescente pobre, fue un encargo en toda regla. Luego vendrán los críticos y hablarán de postcolonialismo y orientalismo o mejor, de estudios de género y voz femenina y otras mandangas. Pero yo lo que quiero es asemejarme a ella. No, Clarice no me gusta, nunca me la creí, demasiado guapa. No, tampoco es Isabel Preysler. ¿Que no la conoce? Escribe, como yo. ¿Ya se lo he dicho? Sí, yo fui premio Goncourt hace ya casi veinte años. Usted es joven, no sabe. ¿Está casado? ¿comprometido? He cambiado, sí, los años ya no juegan a mi favor y mi Andrea tampoco. Viví sola con mis quince gatos. No, esas memorias no las escribí yo, no tengo idea de quién fue Adriano, me aburre la Antigüedad y yo siempre fui una moderna. Fue la otra y no me haga hablar, que me muerdo la lengua y me enveneno. Esa mujer no escribió nada. Nada. Como Sartre. Ninguno escribió nada. Yo, en cambio, tomé demasiados riesgos, ¿sabe? La bebida. Por eso no me admitieron en la Academia. La bebida lo hizo todo brutal. Cada noche enciendo la tele y me apoltrono en el sofá hasta que me quedo fritica, a veces sale la Amy y me alegra el día porque yo me identifico mucho con ella y con su amiga la Kate. Aunque ahora que lo dice yo no estoy segura de que sean amigas pero da igual. Y la Lindsay también me gusta mucho esa chiquilla tan tan problemática tan rebelde tan reincidente. Y mi rostro, este que ve, del que dije que sería el definitivo, le digo que no es el mío, el que yo veo cuando me miro en el espejo. La Fase del Espejo, ¿sabe de qué hablo? Un plagio de Lacan, la Fase del Espejo la sacó de mis libros y yo no he visto ningún royalty ni nada, oiga, yo no entendí nada, porque yo no soy muy de entender yo, yo soy de intuir, pero la Fase del Espejo está en mis libros antes de los libros escritos por él. Me lo ha dicho mucha gente en la que confío. Eso hacen los hombres: expropiarnos. Perdón, no pretendo ofenderle. Usted parece bueno, doctor. Jamás sentí esa cara como mía y no es una traición: los surcos en la frente, la piel lacerada, la boca demasiado grande. ¿Quién puede desear alguien así? No resulto atractiva en las tapas ni en las entrevistas. Si le soy sincera quiero vender libros. Quiero vender tantos como ella. Creo que es de Chile o de Argentina. Isabel Allende, sí. ¡Hay tantas ahora! Está mi amiga la Grandes, la Elvi, la tía Julia, la costurera, un puñao, vamos. Ocupan las listas de ventas. ¡Hemos progresado tanto! ¡Hemos avanzado tantos puestos! Quiero ser adaptada en Hollywood, mi próxima novela la escribí pensando en Meryl Streep como protagonista. Ya está leyendo el guión. Es una love story. Sí, esa sí que ha envejecido bien la muy puta. Si debiera decirle otro referente, sin duda la Cher, que ha sacado nuevo disco. Entre la Meryl y la Cher. Algo así. La naturalidad de la primera y la sofisticación de la segunda, que casi parece un cyborg. Los morritos más respingones ya de paso, ¿qué opina? ¿Y no podría reventarme el tabique nasal para afinarlo? Estoy segura. No me hable de dinero aún. Tengo de sobras. No. Los tiempos cambian, sé que ya no hay nada definitivo, que nada es idéntico a sí mismo, ¡si algún día lo hubo! por mucho que yo lo desee con ahínco ni mi rostro si quiera, el de nadie. Adaptarse o morir. Tengo muchos proyectos, aún no puedo morir, tengo que escribir una novela policíaca !y tampoco escribí la histórica sobre templarios! Mi editor me adelantó los derechos. No quiero morir porque sé que mi obra, si muero ahora, ahora mismito, no me sobrevivirá. Y una es más auténtica cuando más se parece a lo que ha soñado de sí misma.



Bel of Bradford
(Antoni Rojas)


 

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